El año 372 d.C. llegó al reino de Koguryo el que con el tiempo sería otro elemento distintivo en la formación de los esquemas mentales del pueblo coreano: el Budismo. Tal ha sido su influencia que sería difícil encontrar un elemento de la vida cotidiana, tanto a nivel del arte y de la literatura, como de la estructura del propio pensamiento, en el que no se encuentre directa o indirectamente representado.
Podemos iniciar nuestro recorrido por el Budismo recordando primero qué tipo de mensaje es el que llegó a la península coreana. Su andadura se inició en la India del siglo VI a.C. tras una constatación radical: el padecimiento del hombre. Gautama, el joven príncipe que descubrió el sufrimiento en forma de enfermedad, vejez y muerte, y que fracasó en la búsqueda del auténtico conocimiento a través de un ascetismo severo que no lo acercó más que a las puertas de la muerte, decidió, después de alimentar su maltrecho cuerpo, esperar el estado de dicha suprema y se entregó a la meditación; fue a los pies de una higuera donde alcanzó la iluminación, se convirtió en Buda, el que ha despertado. A partir de entonces, toda su doctrina se orientó a resolver el problema de los que, somnolientos, tratan de abandonar las amarguras de la vida proyectando sus conciencias hacia el exterior con la intención de, haciéndose sordos a sí mismos, conseguir olvidar. El objetivo de Buda será la destrucción de la ignorancia, de la percepción equivocada de la realidad.
Fue en el gran Concilio de Pataliputra del año 340 a.C. cuando se produjo la escisión que daría origen a las dos grandes corrientes de interpretación del mensaje de Buda, la que incidía especialmente en «la doctrina de los antiguos», Theravada, poniendo el acento en los esfuerzos individuales por alcanzar la salvación, sin aceptar ningún tipo de ayuda en esa tarea, y la que se autocalificó de «Gran Vehículo», Mahayana, por cuanto según ellos la salvación no está reservada solamente a unos pocos individuos que sobresalen por su excelencia moral, sino destinada a toda la humanidad. Es esta forma de Budismo la que llegaría a China y más tarde, en la segunda mitad del siglo IV d.C. se extendería por los Tres Reinos en Corea [1].
Cuando el Budismo Mahayana alcanzó la península coreana, su mensaje de salvación ya había experimentado el primer filtro del interés chino por lo concreto. Si la cultura indo-aria era extremadamente lógica, racional, la del pueblo chino se había asentado en un sólido gusto por lo intuitivo. A este hecho se añadió el carácter del coreano que buscaba en el Budismo no ideas abstractas sino prosperidad y salud. Puede parecer paradójico que el Budismo no haya podido progresar en Corea sin el apoyo de las masas y, a la vez, haya tenido que evitar el riesgo de dejarse reducir por éstas a una forma de chamanismo. Es difícil encontrar, por ejemplo, un templo budista en Corea que no tenga, al menos, un santuario en honor al espíritu de la montaña.
El Budismo se convirtió rápidamente en una fuerza de centralización política, en un catalizador que transformó una comunidad basada en el clan en una sociedad cohesiva que permitió, por ejemplo, la unificación de los Tres Reinos (Koguryo, Paekche y Shil·la) por el reino de Shil·la el año 680 d. C. Fue entonces cuando el pensamiento budista alcanzó su esplendor convertiéndose en religión oficial y representando para el pueblo una fuente de energía espiritual.
[1] Sirva de ejemplo que, hasta el período de Koryo (918-1392), el credo central era el cultivo y práctica del espíritu del Bodhisattva, el destinado a la iluminación que pospone su meta de llegar a ser un Buda con el fin de salvar primero al mayor número posible de personas, una de las características definitorias del Budismo Mahayana.