Recordemos una vieja leyenda coreana que se remonta a hace 1400 años; sus protagonistas son dos monjes del reino de Silla, Wonhyo (617-686) y Uisang (625-702), que emigraron a la China de los Tang para estudiar el Budismo.
Como había anochecido cuando alcanzaron la costa china decidieron pernoctar al abrigo y la protección de una cueva. En la oscuridad de la noche, Wonhyo se despertó sediento pero tuvo la fortuna de poder calmar su sed en un cuenco de agua fresca que, tanteando, encontró próximo; tras refrescar su garganta seca concilió el sueño nuevamente y descansó profundamente dormido hasta despuntar el sol. Ya de día, Wonhyo descubrió con horror que la cueva que le había servido de refugio estaba llena de esqueletos y que el cuenco de agua fresca no era sino un cráneo rebosante de agua de lluvia. La desagradable experiencia obligó al monje a reflexionar: –«¿Cómo puede ser, se dijo, que el agua me supiera tan fresca y el sueño fuera tan reconciliador cuando no sabía dónde estaba? El agua tomada en un cráneo puede ser dulce y el agua fresca puede ser amarga. Un esqueleto puede ser hermoso y una mujer hermosa puede parecer tan horrible como un esqueleto. Todo está en la mente. Yo podré comprender el mundo si estudio la mente. Entonces,… ¿para qué vine hasta China?»