El confucianismo, corriente de pensamiento iniciado por Confucio (551 aC – 479 aC), también llegó a la península coreana durante el período de los Tres Reinos, a finales del siglo IV dC, pero su influencia no se dejó notar seriamente hasta el siglo XIV, con el reinado de Yi Song-gye, el fundador de la dinastía Choson (1392-1910), un budista convencido de que hizo del confucianismo un poderoso instrumento para la reorganización del Estado.
Las reformas sociales llevadas a cabo durante los siglos XV y XVI por gobernantes confucianos, generalmente cultos y estudiosos, permitieron una notable modernización del país y de sus mecanismos de justicia. Fue, además, una época de esplendor, una «edad de oro» cargada de invenciones que culminaría con un sistema fonético de escritura, llamado hangul, ideado para transcribir la lengua coreana.
El confucianismo es un sistema de pensamiento que se adaptará a la mentalidad coreana en partir de una visión del mundo muy afín a su propia concepción tradicional de la realidad. También para los confucianos es esencial la armonía con la naturaleza, consideran que el ciclo ordenado de las estaciones, la vida vegetal y animal y, por tanto, también la humana, se integran en un orden armónico preestablecido en el que todo intento de La alteración puede producir graves trastornos.
De esta visión armónica de los elementos que integran el cosmos se deriva una teoría moral y una teoría política estrechamente relacionadas. Precisamente será en las soluciones prácticas que el pensamiento confuciano dé a los problemas de la existencia individual y social donde presentará aspectos más novedosos. Los confucianos conciben el universo como una unidad de la que el hombre y la sociedad humana no forman más que una parte, consideran el devenir histórico, a diferencia de la occidental, no como el movimiento de progreso de una línea recta que se proyecta hacia el futuro, sino como la evolución gradual de una espiral, el desarrollo de la cual se fundamenta en el sistema educativo, en el modelo de conducta reflejado en los ritos y en el funcionamiento de la administración civil. Y todo ello siguiendo el precepto que señala que sólo prosperará la nación cuando exista armonía en las familias.
El confucianismo no deja lugar a dudas: el ser humano es un ser sociable por naturaleza, vive y debe vivir en sociedad. El individuo, la familia y el Estado se necesitan mutuamente, sólo individuos cultivados serán capaces de fundar familias unidas que constituyen los cimientos de un Estado próspero y bien administrado, ya la inversa, un Estado bien gobernado estimulará la avenencia de las familias para que éstas puedan orientar a los individuos por la vía de la perfección moral y cívica. El resultado será inevitablemente la armonía.
También el taekwondo busca la armonía personal, colectiva y social, comparte la visión confuciana sobre el lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza y comprende el papel clave que desempeña el grupo en el proceso de maduración de las personas.
El confucianismo, al igual que el taekwondo, dará importancia capital al fortalecimiento de los lazos familiares ya la esmerada atención a los diferentes tipos de relaciones personales: entre el rey y sus súbditos, los padres y sus hijos, los ancianos y los jóvene , los hombres y las mujeres, así como también entre los amigos. Para el confucianismo es esencial la corrección, las buenas formas que surgen del interior del individuo por ser expresión de benevolencia, de buenos sentimientos hacia los demás hombres y no un mero acto aprendido y representado artificialmente. El amor filial no es, pues, un asunto de familia exclusivamente, sino que se asienta en la misma base de la sociedad tradicional y constituye uno de sus pilares.
Junto a las virtudes anteriores, el perfil del «hombre superior» se dibuja también con los valores de la lealtad y el perdón. El hombre superior será educado y justo, poseerá la virtud como algo imbricada en lo más profundo de su ser y permanecerá siempre en el «Justo Medio«. El hombre superior será moderado en todo, incluso en la propia moderación, hará de su vida un perfecto equilibrio. No es de extrañar, por tanto, que, debido a las altas exigencias que una vida humana, plenamente humana, comporta, abunden más los «hombrecillos», las personas que se entregan al egoísmo y se rinden por no soportar el peso de sus responsabilidades.
Las normas de cortesía del taekwondo, su visión del ser humano virtuoso leal y benevolente, la importancia que da al término medio como condición para una vida armónica y saludable en todos los sentidos, tienen su origen en la tradición confuciana.